El socio pesado y oculto de la lechería

No debe de haber palabra más sobreutilizada en estos meses que “competitividad”. Funcionarios y dirigentes hacen uso y abuso de la palabrita mágica porque suena bien y además es políticamente correcta. Pero ya debería haber llegado la hora de ponerle punto final a tanta literatura para darle la bienvenida a la matemática. La competitividad como palabra dicha al aire no deja de ser una gambeta a la realidad. Como número se convierte en una referencia para comparar contra las realidades productivas de otros países.

Es interesante observar entonces, con un nivel más profundo de análisis, cómo algunas cadenas del agro ganan y otras pierden en las olimpíadas de la producción de alimentos. Por ejemplo, en la cadena láctea los tamberos vienen advirtiendo desde hace años que las distorsiones y la falta de transparencia hacen que la industria y el supermercadismo se lleven los mayores márgenes, afectando las dos puntas: la producción y el consumo. Es cierto, y más cuando existen un contexto de alta inflación como el actual y una sobreoferta de leche que afectó los primeros meses del año, hasta que llegaron las inundaciones de Córdoba y Santa Fe. La participación del productor en el litro de leche según el índice Iapuco, que genera el Observatorio de la Cadena Láctea, llegó a estar en el 21,5% en enero de este año, luego de haber alcanzado su pico de participación con el 31,7% en diciembre de 2014. Desde ese piso se viene recuperando: en junio alcanzó 27,9%.

Lo que no es tan seguro es si otros factores que actualmente están tensando toda la cadena, como la mano de obra industrial y las condiciones que impone la Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera (Atilra), se acomodarán a una realidad competitiva.

“Por lo menos, explica 50 centavos por litro de leche de los productores”, se anima a calcular un empresario lácteo que prefiere el anonimato para evitar represalias. El temor y la vulnerabilidad de los industriales se explican por la facilidad que tienen los gremialistas en bloquear plantas y en el nivel de daño que generan. De más está decir que una industria fabril que produce bulones no está tan expuesta al bloqueo como una planta láctea en la que todos los días tienen que entrar camiones con leche y salir con productos perecederos. No con las prácticas, pero si con los resultados obtenidos, Atilra, liderada por el sindicalista Héctor Luis Ponce, deja muy atrás al Sindicato de Camioneros, de Hugo Moyano. Para su fiesta de fin de año, el gremio suele fletar aviones para trasladar a los invitados a Sunchales. Un lujo que ninguna de las grandes industrias, como Sancor o La Serenísima, podrían llegar a darse.

En un reciente análisis comparativo del negocio de secado de leche en polvo realizado para una trader multinacional surge que en la Argentina el costo de la mano de obra es de 230 dólares por tonelada, mientras que en Nueva Zelanda es de 114 dólares y en Australia, de 82 dólares. Duplicamos y hasta triplicamos el costo de nuestros competidores.

Por eso llamó la atención que en la protesta realizada en Rafaela los productores de la Asociación de Productores Lecheros (Apla), cercanos al ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, estuvieran acompañados por los trabajadores de Atilra. No es la primera vez. El año pasado bloquearon la planta de Molfino en forma conjunta. ¿Son acercamientos para agremiar a los trabajadores del tambo a Atilra?

En definitiva, ganar competitividad tiene poco de poesía y mucho de conflicto de intereses.

Fuente: La Nación. Por Felix Sammartino

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