Durante los últimos meses fuimos testigos de numerosas manifestaciones referidas al precio de la leche pagado al productor, los cuales, según los dichos, llevaba a las explotaciones a una situación sin retorno.
Durante los últimos meses fuimos testigos de numerosas manifestaciones referidas al precio de la leche pagado al productor, los cuales, según los dichos, llevaba a las explotaciones a una situación sin retorno.
Los factores causantes de esa crisis de precios pueden resumirse en un exceso de oferta respecto de la demanda. Sucede con la leche y con cualquier otro producto. Especialmente si, como en este caso, es extremadamente perecedero. La posibilidad de algún tipo de especulación, con las herramientas actuales, es casi inexistente. Por la misma naturaleza de la actividad, no es dable reducir la producción de manera rápida sin afectar el comportamiento de las vacas en un futuro cercano.
Justo en el medio de la “lucha” de los productores por revertir esa situación de precios, logrando algunas medidas paliativas por parte del Estado, se produce -como varias veces en las últimas décadas- un fenómeno natural que impacta de manera terrible sobre la actividad. Basta ver fotos y videos, de amplia difusión en los medios como en las redes sociales, para comprender la magnitud del daño, aun siendo un neófito en el tema. Vacas con barro que en ocasiones le cubre las ubres, bolsas de silo cubiertas con agua, camiones volcados en caminos intransitables, leche que debe tirarse porque no puede acercarse a las plantas industriales, entre otras muchas imágenes, nos dan una idea de la dimensión del problema.
De pronto, la naturaleza, sin que se lo proponga, llevará en poco tiempo los precios de la leche a los valores que, hasta hace semanas, los tamberos reclamaban. Por la simple razón que ahora, la oferta es menor a la demanda.
Y en el camino, numerosos productores que, irremediablemente, deberán dejar la actividad.
De “la mayor crisis de precios de la historia”, a la mayor “catástrofe natural” se pasó de un día para otro.
Es probable que, para el sector lechero, la segunda aseveración sea correcta. No la primera, puesto que de ninguna manera transitamos los peores precios para la leche, tanto a nivel local como internacional.
Lo que sí es correcto, es afirmar que existe un problema de “costos”. Durante los últimos años, debido a los inesperados- y altos- precios internacionales, muchísimos productores llevaron sus rodeos lecheros a modelos productivos donde la suplementación con concentrados permitía que las vacas expresaran todo su potencial genético.
Esta situación de costos fue un denominador común a la lechería de muchos países, por lo cual la caída de los precios internacionales las afectó a todas negativamente. Basta leer las noticias que llegan del resto de la región, como también de Europa, para comprobarlo.
Los buenos precios internacionales coincidieron con la eliminación de las cuotas en Europa, lo que hizo que, aunque pequeño en porcentaje, el crecimiento de la producción afectara significativamente la oferta de leche.
Crecimiento
La lechería argentina tuvo un crecimiento significativo en las últimas décadas. Tal vez no en volumen global, pero sí en productividad. Tranqueras adentro los productores fueron capaces de adoptar la tecnología que, desde distintos lugares se ofrecía, para alcanzar rendimientos (medidos en litros de leche por hectárea), impensados no mucho tiempo atrás.
Pero las imágenes nos muestran que algo falló. Y no se trata sólo de un camino que no se enripió.
El dato central es que no era lo mismo cerrar un tambo que ordeñaba 30 o 40 vacas, y unos 300 a 400 litros por día, que hacerlo con uno que se multiplicó por diez. No lo es desde lo económico, sino desde lo práctico. Además, cuando la situación abarca tan amplia región como la actual, son escasas o casi nulas las posibilidades de traslado de los animales a establecimientos que no fueron afectados.
Los productores de leche en la Argentina mejoraron su eficiencia de modo extraordinario año tras año, como no lo hizo el resto de la cadena que, indefectiblemente, traslada sus ineficiencias hacia el eslabón más débil. Pero todo ese esfuerzo, para muchos, no alcanzó.
Se hace necesario entonces repensar algunos aspectos que hacen a las explotaciones.
¿Hasta dónde lechería en campos alquilados?
¿Hasta cuándo las vacas expuestas a las contingencias climáticas, sobre las cuales poco o nada puedo hacer? Porque las escenas que hoy se viven pueden repetirse.
¿Hasta cuándo caminos precarios para sacar volúmenes importantes de leche.
Las imágenes son estremecedoras. Sin ninguna duda, hay cosas peores que un bajo precio de la leche. Sobre el cual podríamos explayarnos más, pero no es el motivo de estos comentarios.
Hoy son las vacas las que nos dicen, con una mirada que se percibe triste: “Algo debe cambiar”.
FUENTE: La Nación